Un 25 de mayo más ¿o no?
- Ivan Schickendantz
- 25 may
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Actualizado: 28 may

Un día como hoy, pero hace 215 años, un grupo de vecinos de la ciudad de Buenos Aires decidió por primera vez establecer un gobierno autónomo de lo que en ese entonces era el imperio español, en un contexto de crisis de legitimidad e inestabilidad política. La caída de España ante la Francia napoleónica abrió muchos interrogantes: si el rey Fernando VII estaba preso, ¿a quién le pertenecía el poder?, ¿quién tenía autoridad de decisión?, ¿dónde residía la soberanía? Es así como empezó el proceso que luego derivó en la configuración de las Provincias Unidas (posteriormente la República Argentina) como un país independiente.
Hoy, en un panorama de mucha polarización política, algunos rasgos de la idiosincrasia argentina aparentemente permanecen, siendo uno de ellos el patriotismo (el orgullo por nuestra historia, nuestras fechas patrias y nuestras figuras fundadoras de un proyecto de nación). En ese sentido, el 25 de mayo los argentinos nos unimos para recordar esas palabras mágicas que inspiraron a nuestros antepasados a romper cadenas con la metrópoli española: igualdad, fraternidad y libertad. Sin embargo, a veces parece que nos olvidamos cuál era el fin de los patriotas y, en cambio, entendemos de manera superflua tanto el suceso de la Revolución de Mayo como la palabra “libertad”. Esta efeméride, en efecto, representa muchos valores que siguen en disputa dentro del debate político.
En principio, a lo largo de los acontecimientos hubo obstáculos, actores sociales que apoyaban la continuidad de un virrey de dudosa legitimidad (Baltasar Hidalgo de Cisneros) o que no veían con buenos ojos romper con España. Estas posturas disidentes se manifestaron en el Cabildo abierto del 22 de mayo, pero el peso del poder militar y político del Regimiento de Patricios -comandado por Cornelio Saavedra- inclinó la balanza a favor de los patriotas -Mariano Moreno, Juan José Castelli, Manuel Belgrano y Juan José Paso, entre otros-. Asimismo, una vez consolidada la Primera Junta comenzaron las discrepancias entre sus miembros sobre la profundidad del cambio político, especialmente entre Saavedra y Moreno.
Cabe destacar que el conflicto no se resumía en dicotomías fáciles como americanos contra españoles. Sin ir más lejos, dos de los vocales de la junta de gobierno, Juan Larrea y Domingo Matheu, eran peninsulares. Además, la noción de “independencia” era muy compleja y novedosa para la época, la problemática no se resolvió automática ni rápidamente, sino que fue parte de un prolongado período de caída de las monarquías absolutistas en base a los ideales de la Revolución Francesa en 1789.
En pocas palabras, lo que en el presente parece obvio e indiscutible, en ese entonces era motivo, no sólo de opiniones diferentes, por no decir opuestas, sino de guerra. Estos próceres pusieron el cuerpo y su vida en el campo de batalla para ver y ser protagonistas de la victoria de sus ideales. La consecuente guerra, además, causó serias pérdidas económicas y la devastación de tierras y pueblos. Hoy en día, más de uno sostiene que plantarse contra el primer mundo implica un salto al vacío, prefiriendo mantenerse en una zona de confort y status quo, sin mover la pirámide social ni la jerarquía de dependencia entre la periferia y el centro.
Es que, precisamente, uno de los cambios que trajo la Revolución de Mayo, fue el ascenso social de muchos sectores que hasta ese momento no tenían voz ni voto, y lo consiguieron gracias a su participación activa en las milicias, para la defensa de la ciudad. Por eso, a pesar de que el primer gobierno patrio surgió de la iniciativa de una élite patriota, integrada por comerciantes, abogados y militares, obtuvo la retroalimentación del deseo de las clases populares de liberarse de la opresión colonial.
El 18 de mayo de 1810, en medio de uno de los meses más políticamente agitados en la historia de Buenos Aires, se difundía oficialmente la noticia sobre la caída de la Junta Central de Sevilla, lo que implicaba la pérdida de legitimidad de cualquier orden que proviniera de la metrópoli invadida por los franceses. Los patriotas, mientras tanto, se reunían clandestinamente para discutir la situación política y planificar un gobierno para sí mismos sin la tutela de la monarquía española y en desmedro del virrey. Exactamente 215 años después, se celebraron las elecciones legislativas con menor participación electoral de la historia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, apenas superando la mitad del padrón. Parece que esa intensidad de la discusión y acción política que buscaba transformar la ciudad para mejor se desmoronó, que ya no seguimos el ejemplo de aquellos próceres con inquietudes reformadoras y revolucionarias que tenían capacidad de decisión y reacción frente a las contradicciones políticas.
El objetivo de los patriotas era la autonomía y, el autogobierno, si bien todavía no había un proyecto explícito de independencia de la monarquía española. ¿Pero qué quiere decir “autonomía” per se? Autonomía es tomar decisiones sin depender de la aprobación de una autoridad externa. No obstante, nuestros gobernantes actuales olvidan que la Argentina es, de hecho, un país independiente y nos encontramos con que el rumbo económico es dictado palabra por palabra desde las corporaciones de otros países más poderosos o desde entidades internacionales como el FMI. ¿Cuál es el propósito de la autonomía política si la nación no ejerce su legítima independencia económica? Esto no es lo mismo que aislacionismo, significa elegir libremente, -según el contexto y las condiciones-, con quienes tener acuerdos comerciales, significa proteger la producción local, logrando así un equilibrio entre la industria y trabajo nacional, y los productos que proceden de afuera.
Con otros focos revolucionarios en Latinoamérica, como el Alto Perú y Chile, se tendieron redes de apoyo y cooperación; a pesar de que las regiones sudamericanas tenían proyectos distintos, había esperanza de una patria grande. Últimamente, por el contrario, se promueven iniciativas que lejos de integrar al “otro”, lo agreden (por ejemplo, que los extranjeros paguen por sus estudios universitarios), generando aún más distancia e individualismo entre habitantes del mismo continente.
La mecha de la Revolución de 1810, apenas una década después no era más que un lejano recuerdo, puesto que Buenos Aires pasaba por una época de anarquía y desolación ante la derrota de su proyecto político contra los federales Estanislao López y Pancho Ramírez. La población, severamente transformada por el conflicto bélico que provocó el proceso de independencia, ahora debía sufrir los enfrentamientos entre compatriotas de distintas provincias con modelos de país diferentes. La modificación del mapa político y los tópicos a debatir entre 2015 y 2025 denotan una aceleración similar. Sólo en estos últimos dos años, el PRO perdió muchísimo poder político en su bastión histórico por el ascenso electoral de otro proyecto político aún más cruel: La Libertad Avanza.
Ateniéndome a la Historia, considero que esta época donde la crueldad y el abandono están de moda es producto de una situación coyuntural condicionada en gran parte por la realidad social, no sólo de Argentina, sino de todo el mundo. Pero la mentalidad de la gente cambia, es como un péndulo: la ciudad en particular, y el país en general, alternó momentos de violencia e intolerancia con paz y estabilidad social. Así es la Historia, compleja pero cíclica. Tengo la esperanza de que, más temprano que tarde, volverán a estar en primer plano la solidaridad, la cercanía con los vecinos, la cooperación y colaboración con los que vienen de afuera, el ascenso social de los más necesitados. En otros términos, que la sociedad vuelva a confiar en la acción política como transformadora de la realidad, como aquel 25 de mayo de 1810.
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