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La Noche de los Lápices: memoria, silencio y presente

  • Maxi Gruppo
  • 15 sept
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 16 sept

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Un día como hoy, hace 49 años, la ciudad de La Plata se convirtió en escenario de uno de los episodios más oscuros y dolorosos de la última dictadura cívico-militar iniciada en 1976.

El 16 de septiembre de ese año, un grupo de estudiantes secundarios, todos militantes políticos de entre 16 y 18 años, fue secuestrado de manera ilegal por las fuerzas represivas. Ellos compartían un reclamo concreto y profundamente simbólico: el boleto estudiantil gratuito, entendido como parte de la lucha por una educación más equitativa y accesible.


La mayoría de esos jóvenes fueron torturados y desaparecidos. Hoy, sus nombres y sus historias siguen siendo bandera en cada marcha, recordándonos que se trataba de pibes como cualquier otro, pero con la valentía de organizarse y exigir derechos.


Este hecho, sin embargo, no puede pensarse de manera aislada. La dictadura no fue únicamente un aparato militar; también contó con el aval de un amplio sector social y empresarial, y se sostuvo sobre un entramado de complicidades civiles, silencios forzados y justificaciones peligrosas. La frase “algo habrá hecho ”, repetida durante aquellos años, refleja el modo en que el miedo y la indiferencia se mezclaban para legitimar la represión. En la mayoría de los casos, ese “algo” no era más que la militancia política, el compromiso con ideales democráticos y la voluntad de enfrentar un modelo económico y social profundamente excluyente.


Los estudiantes secuestrados en La Plata no se paralizaron ante el terror. En un contexto en el que cada palabra podía costar la vida, eligieron seguir organizándose, sostener sus banderas y disputar sentido frente a un Estado que buscaba imponer el silencio.

Ese ejemplo interpela directamente a nuestra generación: cuando el clima social parece hostil, cuando los discursos dominantes promueven el individualismo, es precisamente cuando más urgente se vuelve la organización colectiva y la defensa de principios que trascienden la coyuntura.


La memoria de la Noche de los Lápices no pertenece al pasado. Nos obliga a mirar el presente. Hoy, frente a discursos de odio que circulan en la esfera pública incluso desde los más altos escalafones del poder, como los del presidente Javier Milei, el desafío sigue siendo el mismo: no dar un paso atrás en la defensa de los derechos, la justicia y la dignidad humana.

Cuando las banderas que levantamos no son la moda del momento, es cuando más firme debemos sostenerlas. Porque, como enseñaron aquellos jóvenes de La Plata, la lucha por una sociedad justa no admite silencios ni claudicaciones.


 
 
 

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