El Papa Francisco, símbolo de la lucha por la justicia social.
- Candela Diambri

- 21 abr
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A 21 días del mes de abril del 2025 y a sus 88 años, despedimos al argentino más importante de la historia: Jorge Mario Bergoglio, nacido en Buenos Aires y elegido Sumo Pontífice en el 2013.

El primer Papa latinoamericano y argentino eligió ser conocido como Francisco en honor al santo de los pobres, primera de sus tantas manifestaciones en defensa de los excluidos de la sociedad, faro que guió y definió profundamente su pontificado. Francisco impulsó numerosas reformas que transformaron la Iglesia Católica, reforzando un mensaje de inclusión y opción por los pobres que parece perdido en un mundo y una actualidad atravesada por la violencia y la discriminación sistemáticas.
Buscó proteger al medioambiente, a las mujeres, a la comunidad LGBT+ y a los menores en numerosas ocasiones: alertó sobre el impacto del calentamiento global; nombró mujeres en cargos de responsabilidad dentro del Vaticano; condenó la violencia de género aplicando una política de “tolerancia cero” y eliminando el secreto pontificio en dichos casos; endureció el código penal de la Santa Sede, incluyendo como delitos contra menores tanto la prostitución como la pornografía; y manifestó con su famosa frase “¿Quién soy yo para juzgarlos?’” que la Iglesia debe tener sus puertas abiertas a todos, sin hacer diferencias por preferencias sexuales, menos todavía por haber evitado un embarazo o haberse divorciado.
A su vez, se involucró profundamente con la política internacional, viajando y promoviendo la paz en zonas de guerra y conflicto sin hacer diferencias según la religión de cada país o comunidad. También reformó la Curia Romana, simplificando la burocracia eclesiástica, transparentando las finanzas y luchando activamente contra la corrupción.
Al hablar de la economía, remarcó que siempre debe estar al servicio de la humanidad, no de forma inversa. Manifestó que la tierra, el techo y el trabajo son derechos sagrados, y habló del pueblo pobre organizado, que persevera en la construcción comunitaria cotidiana y que lucha contra las estructuras de injusticia social como determinante “no sólo de su propio futuro, sino del de toda la humanidad”.
En una sociedad violenta, disgregada y cada vez más cerca del individualismo absoluto y el desprecio por aquel que es distinto, es sobresaliente el desempeño de este argentino que desde un lugar de altísimo poder abrió las puertas a la diversidad, al amor por el prójimo y a la lucha por que los últimos sean los primeros. Viva imagen de humildad, la de aquel que los jueves santos le lavaba los pies a los presos; que en pandemia, sólo y en la lluvia, caminaba hacia el altar para estar cerca de aquellos sin un hogar al que volver; y que repitió hasta el cansancio que la respuesta no está en el individuo, sino en la comunidad.
Su fallecimiento profundiza la sensación de desamparo que la época en que vivimos nos impone, y así, se nos plantea la pregunta: ¿Y ahora, qué?
Ahora toca reafirmarnos en aquellos principios que Francisco promovía. Toca luchar por la justicia social, por la paz internacional y por una comunidad organizada, que humanice las propuestas políticas poniendo el foco en los marginados del mundo y que movilice a los jóvenes a “Hacer lío”.
Gracias Francisco, por ser ejemplo de lucha, de servicio, y por demostrar que aún en los tiempos más oscuros, el amor vence al odio.



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