Dirigentes contentos ¿y el pueblo?
- Isabela Kaplan
- 22 ago
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El cierre de listas de Fuerza Patria en CABA y PBA terminó de ordenar el tablero del peronismo de cara a las elecciones. En la Ciudad de Buenos Aires, la boleta estará encabezada por Mariano Recalde en la categoría de Senadores y por Itai Hagman en Diputados. En la Provincia de Buenos Aires, la lista la lidera Jorge Taiana, acompañado por una extensa nómina que incluye a Jimena López, Juan Grabois, Vanesa Siley, Sergio Palazzo, Teresa García, Horacio Pietragalla, Agustina Propato, Hugo Moyano (hijo), Sebastián Galmarini, Fernanda Miño, Hugo Yasky, Marina Salzman y Nicolás Trotta.
El armado refleja con claridad los equilibrios internos del espacio: La Cámpora busca retener lugares clave con Recalde en la cámara alta y Lucía Cámpora en la lista de Diputados; el Frente Renovador de Massa se anota con Jimena López y Sebastián Galmarini; el sindicalismo se asegura presencia con Palazzo, Siley, Moyano y Yasky; Patria Grande suma con Hagman en CABA y Grabois en Provincia. El “pacto de unidad” fue sellado tras arduas negociaciones bendecidas por Cristina Kirchner, Axel Kicillof, Sergio Massa y el propio Grabois.
Nadie quedó afuera, y esa es justamente la definición política más clara: más que una lista unificada en torno a un proyecto, lo que se logró fue que todos tengan un lugar.
¿Quiénes son y a quién responden?
Mariano Recalde (CABA, Senado): referente de La Cámpora, abogado, ex titular de Aerolíneas Argentinas. Su lugar garantiza que el kirchnerismo más orgánico retenga una banca estratégica.
Ana Arias (segunda en la lista de Senado por CABA): decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, cercana a espacios universitarios progresistas.
Itai Hagman (CABA, Diputados): economista, actual diputado nacional, fundador de Patria Grande. Aliado político de Juan Grabois, representa al sector juvenil de movimientos sociales que busca proyectar agenda propia dentro del Frente.
Kelly Olmos: ex ministra de Trabajo de Alberto Fernández, ligada al armado político de Juan Manuel Olmos.
Santiago Roberto: referente porteño vinculado al Suterh y al dirigente sindical Víctor Santa María.
Lucía Cámpora: diputada porteña, referente de La Cámpora, sobrina nieta de Héctor Cámpora. Parte de la generación de cuadros que orbitan en torno a Máximo Kirchner.
En Provincia de Buenos Aires, la lista también refleja el mosaico de sectores:
Jorge Taiana: excanciller, exministro de Defensa, histórico dirigente peronista. Figura de consenso para encabezar, con buena relación con todos los sectores y alta legitimidad institucional.
Jimena López: del Frente Renovador, representa el espacio de Sergio Massa en la boleta bonaerense.
Juan Grabois: referente del MTE y de Patria Grande, ocupa el tercer lugar. Tras haber amagado con ir por afuera, finalmente se integró a la lista como gesto de “unidad”.
Vanesa Siley: dirigente judicial, referente del sindicato Sitraju, actual diputada y muy cercana a Cristina.
Sergio Palazzo: secretario general de La Bancaria, representa al gremialismo de peso dentro del armado.
Teresa García: senadora bonaerense, mujer de confianza de Cristina.
Es decir: todos los sectores pusieron una ficha. Nadie quedó afuera. Pero lo que aparece como amplitud también puede leerse como incapacidad de priorizar y definir un rumbo.
Una unidad de caprichos, no de ideas
El discurso celebratorio habla de “unidad”, pero la realidad es otra. Lo que se presentó como un acuerdo amplio no es más que la suma de sectores cuidando sus intereses. La unidad no se construyó sobre la base de un programa común, ni de una visión compartida de país. Se tejió con porcentajes, con lugares en las listas, con egos satisfechos.
El ejemplo más evidente es Juan Grabois: amagó con ir por afuera, habló de diferencias insalvables, se mostró como el emergente “incómodo”. Pero al final, vuelve, en un cómodo tercer lugar en la lista de PBA. ¿Qué cambió? Nada. Las diferencias nunca fueron de fondo, sino de espacio.
Lo mismo ocurre con Guillermo Moreno: en las elecciones legislativas de CABA —cuando la lista la encabezaba Leandro Santoro— decidió ir por fuera, convencido de que representaba una alternativa diferenciada. Hoy, sin recibir nada a cambio, se pliega a la lista de Kicillof y milita en unidad. Eso confirma que aquellas rupturas no fueron ideológicas, sino personales. Que lo que se presentaba como divergencia de proyecto era, en el fondo, soberbia.
Esa es la raíz del problema: si lo que divide no son ideas, y lo que une tampoco son ideas, entonces la política se reduce a reparto de cargos. Y cuando la política se achica a eso, pierde potencia.
Cómo esto desmoviliza
El principal desafío electoral hoy no es la oposición, ni siquiera la economía: es la apatía social, la desafección política. La participación viene cayendo elección tras elección. Y lejos de revertir esa tendencia, estas listas la profundizan.
Porque ¿qué ve la gente cuando mira estas boletas? Lo mismo de siempre. Caras que ya estuvieron, nombres que ya gestionaron, apellidos conocidos que orbitan hace años en el mismo círculo. No hay propuesta distinta, no hay novedad, no hay sorpresa. No hay nada que encienda una chispa.
La unidad es condición necesaria para enfrentar la elección, pero en este contexto está lejos de ser suficiente.
La falta de renovación: ni cuadros, ni aire fresco
Lo más preocupante no es solo que los nombres se repiten, sino que no hay renovación real. No se trata de poner un par de jóvenes en lugares testimoniales, ni ponerlos por su “condición” de jóvenes, se trata de construir nuevos cuadros políticos que traigan otra perspectiva, que nazcan de los conflictos sociales actuales, que representen al pueblo de hoy y no al de hace veinte años.
En lugar de eso, vemos a Taiana —figura respetable, pero que ya transitó todos los cargos posibles— encabezando. A Recalde renovando. A Siley, Yasky, Trotta ocupando casilleros de siempre. Y a Grabois, que se presentaba como voz disruptiva, terminando integrado como pieza más del engranaje.
La política, cuando se convierte en una foto fija, deja de tener capacidad de futuro. No hay formación de cuadros nuevos, no hay apertura de espacios para militancias emergentes, no hay oxígeno. Lo que hay es preservación del statu quo. Y eso, en un escenario de crisis, es casi un suicidio político.
Y lo más grave: no entendimos el reclamo social expresado en las urnas con el triunfo de Milei. La sociedad gritó con su voto bronca, hastío, necesidad de otra cosa. Y en vez de leerlo, lo ignoramos. En vez de cambiar, repetimos. En vez de construir una alternativa, ofrecemos lo mismo que ya fracasó. Esa ceguera política es quizás la mayor amenaza: porque si no se interpreta el mensaje, se repite el error.
Cierre: lo que deja este armado
El cierre de listas de Fuerza Patria mostró una vez más que el peronismo puede resolver tensiones por arriba, que puede evitar fracturas, que puede negociar hasta la madrugada y salir con una boleta única. Pero también mostró sus límites: esta “unidad” no moviliza, no enamora, no proyecta.
Es una unidad defensiva, construida para resistir, no para transformar. Y esa es la diferencia fundamental: la política que solo se dedica a contener pierde la posibilidad de entusiasmar.
Si lo que ofrece Fuerza Patria son solo acuerdos de cúpula y reciclaje de nombres, entonces no hay razones para pensar que la participación vaya a crecer. Y sin participación, no hay mayoría posible.
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