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Aunque cambie el viento

  • Foto del escritor: Germán Castelli
    Germán Castelli
  • 10 abr
  • 3 Min. de lectura

Militamos en lo incierto, con la certeza de lo colectivo. Porque el compromiso no depende del clima, sino del pueblo al que elegimos no soltar. 

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Luego de la derrota electoral del peronismo en 2015, quedó en el aire flotando una incógnita: ¿Quién va a conducir el proyecto desde la resistencia? Cuando la respuesta parece obvia, la realidad suele mostrar lo contrario. Ya para 2017, empezaba a hacerse evidente el vacío de conducción, y sin caer en lugares comunes, hay dos factores clave para entender este escenario: lo local y lo mundial.


Reducir el problema de la unidad a decisiones de dos o tres actores sería, al menos, simplista. La coyuntura global también pesa: un capitalismo que se transforma de productivo e industrial a tecnológico-especulativo, deja, a nuestro entender, un saldo social profundamente negativo. Si no incorporamos en el análisis la revolución de la comunicación y el impacto de la pandemia, corremos el riesgo de frustrarnos en nuestros diagnósticos.


Pero no todo es contexto. Tras la derrota, muchas de las organizaciones que fueron vanguardia durante la década ganada pasaron a ser núcleos de resistencia. Y si bien ese rol fue necesario, no podía ser eterno. En algún momento había que volver a enamorar, a defender un modelo de país y un proyecto en unidad, sin embargo, lo que ocurrió fue otra cosa: el peronismo logró ganar las elecciones, sí, pero sin una unidad de concepción, y mucho menos de acción. Esto último es muy simplista y tal vez no relata al milimetro lo ocurrido, pero el objetivo de estas líneas va por otro lado.


Frente a la crisis de representatividad, algunos decidimos —tal vez equivocados, pero poniendo el cuerpo al fin— pensar por fuera de lo existente. Nos organizamos desde lo que teníamos: intuición, vocación política, y muchas ganas.  Con nociones mínimas de organización, intentamos construir algo que sume al proyecto nacional que militamos; porque veíamos un vacío claro: faltaban cuadros intermedios, capaces de canalizar la militancia en otra cosa, más allá de los personalismos y las elecciones locales.


La Efervescente nació así. Primero como intuición; después como sistematización de lo anterior. Con construcción en el territorio que habitamos, y sobre todo, mucha militancia, formación política, social e intelectual. Creemos profundamente en la organización, no solo como mandato político, sino como herramienta concreta; la organización debe ser el campo de ensayo de la sociedad que imaginamos, porque se esmilitante todos los días, las 24 horas, no solo con los compañeros, también con los amigos, con la familia, en cada rincón de la vida.


 

El crecimiento político de nuestro espacio —construido por y para pibes— se explica por algo simple: decidimos militar la geografía que el proyecto nacional venía desatendiendo hace tiempo: la Ciudad de Buenos Aires. Estamos convencidos de que nuestro lugar en el federalismo es militar cada centímetro cuadrado de nuestra jurisdicción, no solo para mejorarle la vida a seis millones de personas, sino para aportar desde aquí a un proyecto nacional. Puede sonar contradictorio en el seno del sentido común, pero no lo es: basta con ver otras experiencias del peronismo en el país para entenderlo. En cada provincia donde el proyecto nacional tiene raíces, hay militantes que antes de pensar cómo ordenar el país, ordenan su provincia.

 

Hace más de dos años, la militancia nos cruzó con el único tipo que camina, siente, respira y, sobre todo, milita esta ciudad: Leandro Santoro. En realidad, estábamos militando una idea que ya encajaba en un sujeto, aunque aún no lo sabíamos. A veces,se intentan imponer contradicciones por el lugar de origen, por las formas o por la propia incapacidad de construir, pero nosotros estamos profundamente convencidos del proyecto que encabeza Leandro, y lo vamos a militar hasta ganar la ciudad. Las contradicciones existen, claro, y son parte de la política, así como asumirlas; si militás y no tenés contradicciones, algo mal estás haciendo. Pero también hay cuestiones primordiales, y un universo de valores compartidos que tenemos en común, con eso alcanza. La política es incómoda, y quienes trascienden lo testimonial y pisan la realidad, asumen esa incomodidad para siempre.


En un tiempo donde la política parece más enfocada en la acumulación individual que en la construcción colectiva; donde parece más importante una interna por poder propio que por conducción, donde cualquiera dice cualquier cosa, hay una cosa que me deja un poco más seguro del futuro: este grupo de pibes y pibas que crece, se forma y milita sin parar. Que toma el compañerismo, la racionalidad y la solidaridad como bandera; que entiende que una comunidad que no se realiza condena a sus individuos a la infelicidad, y entonces, para ellos, cobra un valor fundamental la atención y la preocupación por encima de si mismos, por el compañero que tienen al lado, con el que se encuentran todos los días, a veces, en la mesita de la facu, en la asamblea en el patio del cole, pintando una pared, haciendo campaña un sabado a la mañana, o en una marcha, abajo de la bandera de la efer.

 
 
 

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